martes, 3 de septiembre de 2013

Belgrano en marcha hacia Rosario


POR MIGUEL CARRILLO BASCARY

190 años separan a los rosarinos que vieron llegar al entonces coronel Manuel Belgrano de aquellos que hoy vivimos en esta ciudad. Fue el 7 de febrero de 1812 cuando los seiscientos vecinos de la capilla del Rosario, en el Pago de los Arroyos, recibieron a las tropas que venían a defender el Litoral del pillaje realista. Ignoraban que, veinte días más tarde, aquel jefe colocaría a su pequeña aldea en la historia grande de la Patria. No sería con un glorioso hecho de armas sino con el sencillo gesto de izar la bandera celeste y blanca que tiempo más tarde identificaría a la Nación argentina.

El “Diario de Marcha”
De la pluma del propio Belgrano nos ha llegado el relato en de aquellos días; son unas pocas hojas halladas en un remate, rescatadas en forma casi milagrosa por el locutor y bibliófilo Antonio Carrizo. La Academia Nacional de la Historia, a través de uno de sus miembros, Ernesto Fitte, autenticó y comentó este Diario; que el Instituto Belgraniano Nacional difunde desde 1995. Dice su titular, el profesor Aníbal Luzuriaga, “son quince días inolvidables, donde nuestro héroe va anotando y rescatando para la historia los aspectos físicos, sociales, económicos y religiosos de cada etapa que recorre al frente de sus tropas; que sobrevivirán al cansancio, al calcinante sol y a la falta de agua”.
Escrito a la luz de un candil, al terminar el día de agotador avance, el Diario nos muestra el sentir íntimo de aquel abogado, brillante administrador y militar fogueado, que ya era Belgrano en 1812. Sus líneas revelan sus actitudes tácticas y visión estratégica.
Hacia Rosario
A fines de 1811 Belgrano era absuelto de toda responsabilidad por el fracaso de la expedición al Paraguay. Reconociendo sus méritos se lo coloca al mando del cuerpo de Patricios. Nuestro hombre enfrenta en solitario a la tropa próxima sublevarse instigada por una facción política. Su presencia demora el pronunciamiento pero en la noche estalla el “motín de las trenzas”.
El orden se restablece a precio de sangre, el ánimo de la tropa queda humillado, el resentimiento abunda. Como signo de sumisión los “Patricios” pierden sus coletas y su glorioso nombre, reemplazado por el de “Regimiento Nº5”, de infantería
El 23 de febrero Belgrano ordena marchar hacia Rosario. La tropa avanza a pie; los oficiales en unos pocos caballos; su jefe en carruaje.
Dieciséis carretas tiradas por bueyes cargan las municiones, el equipo accesorio y algunos alimentos; mas tarde trasladarán, también, a los soldados cuyos pies se cubren de llagas por la dura caminata y el calzado inapropiado.
Belgrano comprende que es necesario fortalecer el espíritu militar de sus hombres. En cada alto del camino aprovecha para afianzar la disciplina y la capacidad de combate. El 26 de enero la expedición oye misa; y consta que el 29 y el 30 todos rezan el Santo Rosario.
Las notas de Belgrano marcan las etapas recorridas hilvanando el viejo camino de postas del Paraná: San José de Flores; Morón; Escobar; Luján; Areco; Arrecifes; Fontezuelas y Arroyo Seco. El relato mantiene una constante, apuntada también por muchos viajeros de la época: la monotonía y soledad de la pampa cubierta por extensos cardales que en ocasiones llegan a los hombros de los infantes; la falta casi total de abrevaderos, con la resultante de una sed abrasadora alimentada por un sol canicular de enero e incrementada por el polvo levantado por los pies de varios cientos de soldados.
La llegada
Es el 7 de febrero de 1812 en las inmediaciones de la posta a cargo de María Gómez, pago de Arroyo Seco. Para mitigar los efectos del calor, al salir la Luna, a la una y media de la mañana, la expedición reinicia su avance. A poco badea el cañadón del arroyo Saladillo. Allí Belgrano manda que la tropa se forme en columna y que marche a banderas desplegadas para elevar el espíritu marcial de sus hombres y alentar a los pobladores que esperaba encontrar.
Anoticiados por un piquete avanzado los rosarinos salen al camino, a recibir a su ilustre visitante (a quién bien recordaban de su paso hacia el Paraguay, en septiembre de 1810; y de una posterior estada en 1811).
Dice la tradición que la comitiva formada por el comandante de la milicia local, el capitán Pedro Moreno, el Alcalde de Hermandad (Alexo Grandoli) y algunos vecinos encontraron a la columna en el paraje que hoy coincidiría con la esquina de las calles Alem
y Virasoro. Allí existía la “posta del Rosario” que estaba a cargo de Gregorio Aguirre. Se acepta que en este lugar Belgrano dejó el carruaje y montó a caballo para encabezar la marcha de su regimiento.
La hueste continua el avance siguiendo la traza de la actual calle Buenos Aires. A eso de las once y treinta de la mañana irrumpe en la humilde plaza Mayor
del poblado (se trataba de un espacio abierto, sin árboles ni ornatos, atravesado diagonalmente por la huella que unía las actuales calles Buenos Aires y Santa Fe, prolongaciones naturales de los caminos hacia estas ciudades).
Quedaba encuadrada por la primitiva capilla, su pequeño cementerio, pocas casas de adobe y mayoría de ranchos.
Frente al resto de los pobladores reunidos (estaría también allí el párroco del curato, Julián Navarro) Belgrano se esfuerza en dar una buena impresión: ordena que sus hombres se formen en la plaza y dispone que las banderas se depositen con la debida solemnidad en la casa que se le ofrece para residencia.
Terminado el acto y como faltaban comodidades suficientes en el pueblo la tropa acampa en 40 tiendas de lona, bajo una tupida arboleda que algunos dicen se ubicaba en la costa, hacia el sur. Las municiones y demás enseres se guardan en otra de las casas del pueblo.
Belgrano no pierde tiempo, de inmediato se avoca a las tareas necesarias para hacer adelantar la construcción de las baterías sobre el río Paraná. Una posterior misiva del prócer cuenta que al día siguiente de su llegada se desató una fortísima tormenta de verano que alivió a sus cansados efectivos pero arrastró algunas carpas hacia el río.
El relato autógrafo se corta en la tarde de aquel 7 de febrero. Es indudable que la febril actividad a que se vio obligado para cumplir su cometido restó al prócer aún los breves momentos que dedicaba al diario de la expedición.
Días históricos
El resto nos resulta más conocido: el 13 de febrero Belgrano escribe al Triunvirato solicitando se cree una escarapela nacional; el 18 se emite el decreto respectivo. Pocos días más tarde se conoce la noticia en Rosario y, se estima, que Belgrano habrá solicitado a las matronas rosarinas que cosieran las primeras escarapelas de la Patria.
El 23 las nuevas divisas eran lucidas por las tropas destacadas en la villa; con seguridad que muchos rosarinos también las llevarían al pecho, exteriorizando los sentimientos que los animaban. Veinte días más tarde de aquella su tercera llegada al Rosario, el 27 de febrero de 1812, el coronel Manuel Belgrano dispone el primer izamiento de la que sería nuestra enseña nacional.
La historia argentina siempre lamentará aquel exceso de trabajo que impidió a Belgrano continuar con su relato y así nos privó de conocer de su propia mano los pormenores del día grande de Rosario, aquél en que por primera vez tremoló el pabellón celeste y blanco sobre la terrosa barranca conocida como “de las ceibas”, mientras que el sol (aún ausente de aquel paño), avanzaba hasta su ocaso recortando la misérrima silueta de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, fuerza nucleante de aquel poblado, hoy ciudad. Hacen ya 190 años.

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